Padre José Kentenich
Fundador del Movimiento
Apostólico de Schoenstatt

Testimonios

Hombre de obediencia heroica
Cardenal Angelo Sodano, antiguo Secretario de Estado del Vaticano

Sí, cada uno tiene su noche. Pero cómo debió ser oscura la noche de un hombre que de improviso recibió la orden de dejar todo y salir para una tierra desconocida. ¿No había él fundado algunos institutos seculares? ¿No había él dado vida a numerosos grupos de laicos? ¿No había él buscado trabajar siempre y solamente por el Reino de Dios, desde aquel mes de julio de 1910, fecha de su ordenación sacerdotal? ¿No había incurrido con ello en las iras del régimen nazi que lo había internado en 1941 en el terrible campo de concentración de Dachau? ¿No había ya suscitado la Obra de Schoenstatt numerosos frutos de santidad?

Pero Dios, en sus misteriosos caminos, quería probar su fe, como un día había probado la fe de Abraham; “esperó contra toda esperanza” (Romanos 4,18). Serenamente él aceptó la imprevista orden de la Santa Sede que, en 1951, le imponía dejar todo y alejarse por siempre de sus obras. En una época en la cual la Iglesia era sacudida por una ola de contestación, la Providencia quiso, en su misteriosa sabiduría, suscitar este hombre de obediencia heroica, para indicarnos cuál es el verdadero camino de la renovación y del progreso.

¿Qué ví yo en el Padre Kentenich?
Cardenal Raúl Silva Enríquez, antiguo Arzobispo de Santiago de Chile

¿Qué vi yo en el Padre Kentenich, para mí totalmente desconocido, qué me conquistó? Su gran amor a la Madre de Dios fue el gran señuelo que me atrajo irresistiblemente. Admiré en él su fe inquebrantable: amó a la Iglesia, amó a su comunidad, mantuvo la esperanza contra toda esperanza. No lo oí nunca quejarse de las penas pasadas, no lo oí nunca culpar a nadie; su caridad no tenía límites. Admiré en él su fortaleza en todas las situaciones de la vida, aún en las más difíciles como fueron sus prisiones; fue superior a todas ellas; realmente era el hombre fuerte que descansa en el Señor y podía decir: “De Él viene mi salvación, Él es mi alcázar y mi roca, no vacilaré”. Admiré en él su apertura, su visión de la Iglesia, que lo llamaba a escuchar las voces del tiempo, que lo llamaba a poner en tela de juicio antiguas y respetables actitudes eclesiales que no le parecían adaptadas a trasmitir el mensaje de Cristo al hombre de hoy. Fue tal vez, sin saberlo, un precursor del Concilio (Vaticano II). Pero todo esto que él vivía por amor a la Iglesia le costó no pocas lágrimas. Admiré también en él su carisma de educador. Él perseguía el ideal de impregnar de Cristo el corazón del hombre moderno, de modo que la fe impregnase toda su vida...

Simplemente, Padre
Hna. M. Annette Nailis, Alemania

El Padre Kentenich... poseía una inteligencia poco común, y al mismo tiempo una extraordinaria capacidad afectiva. Fue un teólogo de renombre y a la vez un psicólogo y pedagogo dotado de una aguda intuición. Pero el nombre más hermoso, el “título” que resume todas estas actividades, y que le fue dado por aquellos que estuvimos a su lado, fue simplemente: PADRE... Cuando Felipe le pidió a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre”, Él le contestó: “Felipe, quien me ve a Mí, ve al Padre”. En un nivel ilimitadamente inferior podemos decir algo similar del Padre Kentenich: él nos reflejó, de un modo visible, la paternidad de Dios.

Incondicionalmente mariano y paternal
P. Esteban Uriburu, Argentina

El Padre Kentenich transmitía maravillosamente la persona y misión de la Virgen María. Cuando hablaba de Ella se notaba su cercanía, era evidente que se estaba refiriendo a alguien con quien había dialogado toda su vida, a quien le debía todo, a quien amaba incondicionalmente...

Su paternidad (era) esa rara mezcla de bondad y firmeza, de comprensión y exigencia, de cercanía y distancia. Ante el Padre uno se sentía espontáneamente hijo, cobijado, comprendido, ennoblecido. Unos momentos con él equivalían a salir renovado, con aire fresco en los pulmones, con nuevas alas.

Campo de Concentración de Dachau
Joseph Joos, antiguo diputado alemán, prisionero con el Padre Kentenich

Yo no salía de mi asombro. El P. Kentenich, en apariencia una persona tan simple, sobresalía por la universalidad de su pensamiento, sabiduría y educación. Tenía un conocimiento particularmente profundo de la naturaleza humana. Además, irradiaba una paz bienhechora, una sorprendente seguridad y una inmensa serenidad. Vi cómo el P. Kentenich sonreía, con absoluta calma, en las situaciones más difíciles, sin dar señales de temor. No porque desconociera los peligros que corría, pues sabía exactamente lo que estaba en juego; tampoco por orgullo intelectual, pues era humilde y sencillo. Cuanto más lo escuchaba, tanto más entendía por qué eran tan concurridos sus retiros en Schoenstatt. Este sacerdote, tal cual era, atraía enormemente o provocaba un rechazo igualmente significativo, como suele ocurrir con todos los hombres de fe incondicional.

Capacidad de comunicarse
Mary Fenelon, Estados Unidos

Quizás lo que más recuerdo del Padre es su capacidad de comunicarse. Hablaba de tal manera que todos los que lo escuchaban, -los tipos más variados de intelecto- podían comprenderlo. Recuerdo haber regresado a casa muchas veces luego de haberlo escuchado, diciéndome: “Sí, lo que ha dicho es verdad”. No era la primera vez que oía esas verdades, pero el Padre las decía tan bella y simplemente, que así dejaban huellas profundas en mi alma. Me imagino que todos han experimentado de alguna manera su calidez personal. A veces, mientras caminaba y meditaba por el camino que pasa junto al Santuario de Holy Cross, solía acercarme a él. Me tomaba de la mano y me preguntaba: “¿Es usted feliz?” En esas circunstancias, no me importaba cuánto pudiera estar sufriendo, la única respuesta era: “Sí, Padre, soy feliz”. En esos momentos me sentía como una hija del Padre Dios (y también de nuestro Padre).

Le pregunté a Jean Marie, nuestra hija de 13 años, si guardaba algún recuerdo del Padre. Lo primero que le vino a la memoria fue cuando ella y otros niños de nuestra familia visitaban al Padre en su cuarto y el Padre iba a buscarles algún caramelo. Estando a punto de tomarlo de su mano, el Padre se los colocaba, jugando, más alto, fuera de su alcance. El Padre sabía cómo llegar aun hasta los corazones más jóvenes.

En la cárcel
Sacerdote que compartió la celda con el P. Kentenich en la prisión de Coblenza

Este tiempo ha sido un gran tiempo de gracias para mi vida. Jamás olvidaré al P. Kentenich. Lo he querido como sólo un niño puede amar. Desde el primer momento que estuve con él, todo cambió y me sentía rodeado de un amor y respeto ilimitados. La atmósfera en la pequeña celda que ocupábamos los dos, en la que debía realizarse todo, era tan elevada, espiritualizada, noble y llena de disciplina como no se puede imaginar nada más hermoso. Toda su actitud me descubrió una parte del misterio de su vida. A quien está así entregado en un amor ilimitado a Dios le es posible regalar su amor con prodigalidad a cada persona que encuentre en su camino de vida.

Miraba con los ojos de Dios
Padre Kulmus, Alemania

El Padre Kentenich era un excelente director espiritual hasta tal punto que quizá solo se encuentre uno como él cada mil años. Sabía leer en los corazones de los hombres aún sin que ellos le explicaran mucho de su estado espiritual. Cuando jóvenes seminaristas llegaban a Schoenstatt por primera vez y experimentaban con la ayuda del Padre su “hora de Damasco”, solían decir después: ¡Qué impresionante! ¡Es para asustarse! Ese padre leyó en mi interior como si mirara con los ojos de Dios. Jamás alguien me conoció tanto. No existe nadie en el mundo a quien le deba tanto como a él; el haberlo conocido me cambió la vida... fue “la” vivencia primordial de nuestra vida sacerdotal y una gracia especialísima que nos obliga a ser herederos de su misión.

Dios estaba más presente que él mismo
Hna. M. Isberga, Chile

El regalo más grande de mi vida es haberlo conocido y haber sido educada por él... Lo que más me llamó la atención en el P. Kentenich fue su gran respeto; siempre fue sumamente respetuoso ante cualquier persona. Se tenía la impresión de que para él todo era sagrado, nada le era una pequeñez, ninguna persona era insignificante; era enaltecedor. Cuando uno hablaba con él, expresaba un inmenso interés por todo, todo, aún lo más simple. Con los años creció mi admiración por el Padre, por eso, muchas veces al hablar con él pensaba que allí Dios estaba mucho más presente que él mismo. Yo creo que éste era el motivo por el cual me sentía tan feliz cuando podía estar con él. Mi vida se enriqueció hablando con el Padre. Él me dio seguridad en la vida, me enseñó a solucionar problemas... El P. Kentenich es digno de ser considerado Padre por quien acuda a él.