Un Modelo:
Hna. M. Emilie

Biografía

¿Quién fue la Hna. M. Emilie?

Emilie Engel fue la cuarta en una familia de doce hijos. Nació el 6 de febrero de 1893 en Husten, Alemania. Su infancia transcurrió en una granja, en el seno de una familia religiosa. La casa paterna le ofreció las mejores condiciones para que su naturaleza, algo cerrada y silenciosa, se encontrara allí totalmente cobijada.

Los padres de Emilie le regalaron muchas valiosas predisposiciones: una profunda actitud religiosa, la apertura al mundo espiritual, la inocencia y la resolución de carácter. No obstante, Emilie tenía a menudo una gran angustia. El miedo de ofender a Dios era una sombra que se proyectaba sobre su mundo interior. A esto contribuyó, sin duda, la enseñanza religiosa de la época que, a menudo, presentaba una imagen muy severa de Dios. Esta imagen suscitó en la niña ciertas coacciones y falta de libertad interior. Se sabe que, por ejemplo, cuando tenía sólo cuatro años, se la encontró llorando amargamente porque tenía miedo del infierno.

Emilie estudió para ser maestra y se recibió en 1914. De todo corazón se dedicó a la docencia. Con especial cariño acogió a los niños de condición humilde.

Su entrega a Schoenstatt

En 1921 Emilie participó por primera vez en una jornada en Schoenstatt y, en 1925, selló su Alianza de Amor con la Santísima Virgen. Quería ser un instrumento en sus manos para la construcción de su reino. Esta idea la captaba por entero. Por eso decidió abandonar su profesión docente y la seguridad económica para dedicarse por entero a Schoenstatt y ponerse a disposición del Padre Kentenich para la fundación de la comunidad de las Hermanas de María. El 1º de octubre de 1926, día en que se mudó a Schoenstatt, se convirtió en la fecha de fundación de la nueva comunidad. Fue maestra de novicias y de terciados y, en 1946, el Padre Kentenich la nombró Superiora Provincial. Durante más de veinte años fue miembro de la dirección general de las Hermanas de María.

En 1935 enfermó de tuberculosis, lo que la hizo permanecer varios años en diferentes sanatorios y hospitales y ser sometida a dolorosas operaciones. Pero incluso en medio de una progresiva parálisis, regaló todas sus fuerzas a la comunidad. Se volvió tan dependiente como un niño, pero aun así, siempre estuvo dispuesta a atender a todos los que acudían a ella en busca de sus sabios consejos y, cuanto más sufrimientos padecía, tanta más jovialidad, alegría y consuelo regalaba a los demás.

Su encuentro con María en el Santuario

Un sufrimiento mayor aún que el dolor corporal debió haber significado para ella su angustia interior que amenazaba con paralizar sus capacidades, su fuerza de amor, su vida entera. Pero su encuentro con Schoenstatt supuso para la Hna. M. Emilie un lento y, a la vez, decisivo cambio de vida. La entrega incondicional a la Santísima Virgen –a quien en su vida en la tierra tampoco le faltaron angustias y temores–, la certeza de saberse amada, conducida y formada por Ella, curó radicalmente su angustia.

Conducida por el Padre Kentenich

La Santísima Virgen se valió del Padre Kentenich para rescatar a la Hna. M. Emilie de sus grandes aflicciones interiores. Él fue quien, según el plan de Dios, debía abrirle la puerta para que pudiese salir de la cárcel de la angustia; él le mostró la imagen de Dios Padre misericordioso, de quien era un especial reflejo. Él la condujo a un profundo cobijamiento en la Alianza de Amor con María y le reveló la realidad de la sabia y bondadosa Providencia de Dios en su vida.

Bajo su conducción, la Hna. M. Emilie aprendió a entregarse con confianza a esa Providencia, de modo que al final de su vida, el Padre Kentenich pudo decir de ella: “La Hna. M. Emilie es una hija de la Divina Providencia de pies a cabeza”.

En ella se confirmó lo que el mismo Padre Kentenich enseñara: “Una profunda fe en la Providencia es el medio privilegiado contra la angustia; la carencia de fe en la Providencia es la gran enfermedad del tiempo actual.”

La Hna. M. Emilie se dejó guiar en cada paso por la conducción de Dios. Vivió en continuo diálogo con Él, quien se le manifestaba en cada momento, tanto en las personas, como en las cosas y en los acontecimientos. En cada situación le respondió un “sí, Padre” lleno de confianza y amor.

En el testamento que la Hna. M. Emilie redactó poco antes de su muerte, que ocurrió el 20 de noviembre de 1955, prorrumpe en una alabanza a Aquel a quien se ha ofrecido como sacrificio:

“Alabada sea la Divina Providencia en mi vida. ¡Glorificadas sean la misericordia de Dios y de la Madre de Dios! Por toda la eternidad quiero cantar un himno de alabanza ensalzando el amor misericordioso del Padre y de la Madre, y ser un sacrificio de alabanza a la misericordia.”