El Santuario
de Schoenstatt

La gracia del cobijamiento

Quien llega al Santuario se encuentra con un lugar que regala una profunda vivencia de arraigo y protección. Esta experiencia no es un sentimiento momentáneo o superficial. Es una gracia especialísima. María quiere sanar una honda llaga del hombre actual: la carencia de vínculos profundos, la orfandad espiritual, el desarraigo.

Por eso, María me regala en su Santuario la experiencia de ser acogido, dignificado, aceptado en toda mi realidad, con mis luces y mis sombras, con mis éxitos y mis fracasos, con lo bueno y lo malo que hay en mí. En el Santuario me siento cobijado, me siento bien. En el corazón de María puedo echar raíces y sentir mi dignidad de hijo de Dios, especialmente amado por Él.

La gracia del cobijamiento y arraigo en Dios vence la angustia típica de nuestro tiempo, ese nerviosismo e inseguridad existencial en los que, a menudo, nos movemos preocupados por el presente y el futuro. Con María nos sentimos seguros; bajo su manto nada podemos temer. Esa es la convicción que recibimos en el Santuario.

El Padre Kentenich les decía a los jóvenes en el momento de la fundación de Schoenstatt: “Todos los que acudan acá para orar deben experimentar la gloria de María y confesar: '¡Qué bien estamos aquí! ¡Establezcamos aquí nuestra tienda! ¡Este es nuestro rincón predilecto!'” (18.10.1914).