El Santuario
de Schoenstatt

Santuario del Padre

Todos los Santuarios de Schoenstatt comparten la misma misión en la Alianza de Amor con María, pero el Movimiento de Schoenstatt que se congrega en torno a cada Santuario filial, a lo largo de la historia, va descubriendo con fe en la Divina Providencia, algún rasgo original que Dios quiere acentuar en ese lugar, y para lo cual la Santísima Virgen pone a nuestra disposición gracias especiales.

En este sentido, el Santuario de Nuevo Schoenstatt, en Florencio Varela, es conocido como Santuario del Padre. Desde aquí Ella quiere revelarnos de un modo especial el rostro de un Dios que es Padre y modelarnos en la fuerza de la Alianza como Familia, como hijos e hijas ante Él.

Esta doble corriente de paternidad y filialidad, es fruto de la presencia del Padre José Kentenich en este lugar, de la vida que nació a su paso por nuestras tierras y que fue despertando el compromiso filial de los hijos con su persona, su destino y misión. Esa experiencia acrecentó la conciencia de una realidad a menudo olvidada y, sin embargo, esencial: la paternidad de Dios y su amor infinito a nosotros, sus hijos.

La misión del “Santuario del Padre” es ser hogar donde se experimenta “con María, la Familia del Padre”. En él, María quiere mediarnos de modo especial gracias de filialidad, de paternidad y maternidad.

Al explicar esta corriente paternal y filial, el Padre Kentenich dijo en este Santuario: “Parece ser una de las tareas más esenciales de la Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt crear, desde sus Santuarios, esta corriente paternal y filial... Uno de los mensajes nucleares de Schoenstatt es el de la paternidad de Dios y de sus imágenes terrenas, sus transparentes, como caminos de vital importancia para despertar en forma viva y eficaz una profunda filialidad frente a Dios.

Millones y millones de hombres no tienen idea de los rasgos paternales de Dios porque nunca han percibido algo de Él, de su paternidad, en un padre humano.

Queremos suplicar que Dios nos regale hombres y mujeres que no sólo sepan hablar bien, sino que comprendan toda la fuerza y todo el peso de esta inmensa misión que nos fue regalada por Dios para la época de hoy, y que estén dispuestos a entregar su vida por ella” (19.3.1952).

Testimonios

La paz volvió a mi vida

Hace unos años, mi esposo se cayó del techo y falleció. Mi hijo estaba al lado y presenció la escena, lo levantó y lo llevó al hospital porque yo no estaba. Tanto sufrimiento inesperado nos sobrepasaba. Por eso, sin quererlo conscientemente, mis dos hijos y yo, comenzamos a enfrentarnos.
Pasaron seis meses. Una tarde, cuando regresé de mi trabajo, tuve una discusión con mi hijo de 20 años a quien era necesario ponerle límites. Yo venía de un tiempo de gran angustia. Él me miró y me dijo: “¿Por qué no te moriste vos en vez de papá?”
En ese momento se me acabaron las fuerzas, tomé las llaves del auto y le dije: “Ya no me vas a ver más”.
Yo manejaba sin rumbo, lloraba y seguía manejando. Mi cabeza sólo me decía: “Tomá la ruta 2 y metete debajo de un camión y así se acaba todo”. Cuando paré en un semáforo, sentía la voz de mi marido que me decía: “Tenés dos hijos, tenés una hija que te necesita, pensá en ella”.
Así seguí sin rumbo hasta que después de dar mil vueltas me topé con un paredón.
Al doblar, buscando una salida, vi una persona uniformada y le pregunté: “¿Qué es esto?” Él me respondió: “El Santuario de la Virgen de Schoenstatt”. Yo jamás había escuchado esa palabra. Pero al escuchar “santuario”, lo relacioné con algo de Iglesia. Sentí por primera vez el deseo de rezar. Desde el fallecimiento de mi marido nunca había podido terminar un Padrenuestro.
Al entrar, dejé el auto en el estacionamiento. Me bajé y busqué una iglesia. En la oficina de informes me encontré con una Hermana que me escuchó y me acompañó personalmente hasta el pequeño Santuario. A partir de ese día necesitaba venir. Antes de abrir la farmacia, volvía a pasar cada día.
Viniendo todos los días me enteré que había un curso de servidores. Hice el curso y también me preparé para la Alianza de Amor. Ese día estuvo mi hijo presente. A partir de ese momento, mi familia se comenzó a reconstruir. Entre los tres, buscamos la forma de ser familia. Poco a poco fui experimentando la gracia de la transformación interior.  La paz iba volviendo a mi vida. Comprendí la muerte. Sentí la presencia espiritual del ser querido.
Entonces empecé a enriquecerme con retiros y convivencias y pude brindarme a los demás como servidora. A partir de entonces, a donde voy, voy con la Sma. Virgen y a todos los que se me cruzan en el camino, les explico cómo llegar al Santuario o, si puedo, los acompaño.
A.P.

Conversión

Llegué a Nuevo Schoenstatt como un visitante más, sin saber qué lugar pisaba. Pero la Sma. Virgen me había preparado un recorrido maravilloso. El camino comenzó con mi decisión de convertirme a la religión católica. Fue un camino de oración y de pruebas que recorrí sin miedo y con mucha fortaleza, un camino que hizo que mi fe creciera.
Las palabras de nuestro Padre y Fundador, vienen a mi mente una y otra vez, su visión práctica y directa de la vida actual, me deja la impresión “única” de conocerlo.
Sé que me falta mucho por recorrer y aprender, pero de su mano no dudaré en seguir adelante.
Mi esposo, que no era un hombre creyente, sintió en su ser que algo había cambiado, que algo muy poderoso lo llamaba a servir.
Poco a poco, lo que tanto anhelé, que era llegar a formar una familia cristiana, se fue haciendo realidad.
Luego de tanto andar, de muchos años de padecer sufrimientos en lo físico, en lo psíquico y en el alma, podemos decir fidedignamente que hemos encontrado en Schoenstatt nuestro hogar, nuestro lugar en el mundo.
Agradezco que exista Schoenstatt, que exista para los niños, para los adolescentes, para todos…
D.L.G.

Desde aquel día, todo cambió para mí

Después de varios días con lumbalgias, una noche debí ser internada de urgencia, en estado grave, para ser operada del riñón.
Aquí comenzó la odisea de mi diagnostico. Se manejaban muchas hipótesis, y ninguna muy alentadora. Finalmente se confirmó la enfermedad de Ormond, una enfermedad autoinmune, nada frecuente.
Los médicos, más allá de sentirse abatidos por el desconocimiento de tratamiento y por no contar con experiencia, me hablaban de las buenas probabilidades…
Luego de mi alta y ya en casa con mi hijo, y sin mi esposo, comenzó la etapa de mi rehabilitación, lenta pero positiva. Lo que yo no contaba, era el estado de angustia que se escondía en mi corazón.
En el verano, cuando mi hijo se fue unos días de vacaciones, experimenté los primeros días sola, con mi enfermedad y mis malestares.
El primer día que ya amanecí sola, me desperté sumergida en un llanto que no podía parar. La angustia me ahogaba. En ese momento de desesperación salí de casa buscando poder conversar con alguien, llorando sin poder contener mis lágrimas, rogando encontrar a ese alguien que me escuchara y que me ayudara a sacar tantas penas que llevaba dentro de mi alma. Así llegué hasta el centro de Florencio Varela. Vi la plaza y la Parroquia. Bajé del auto, pero no encontré al sacerdote. Salí nuevamente en la búsqueda de ese alguien que pudiera calmar mi alma entristecida y es así como llegué al Santuario, casi de pura casualidad.
Allí se me abrieron las puertas inmediatamente. En el camino encontré a una de las Hermanas y, llorando, le pedí hablar con alguien. La Hermana me ofreció un lugar y su tiempo para hablar, me escuchó sin apuro. De a poco, comencé a sentir que mi alma se descomprimía, que podía volver a respirar. No estaba sola, alguien estaba allí, conmigo. La Hermana me ofreció ir al Santuario a saludar a la Madre, a la cual yo ya casi le decía “mamita”. Sentía que Ella saciaría la necesidad tan grande de amor que yo tenía, no porque mi familia no me lo diera, sino porque necesitaba ese otro amor, ese que venía de Dios.
Desde aquel día todo cambió para mí. Me ayudaron a orar, a pedir, a conversar con la Madre, con el Padre, y hasta a poder hablar con mi esposo desde el corazón.
A partir de entonces, éste fue mi lugar lleno de amor, paz y dulzura, lleno de esa energía positiva que uno necesita para estar bien y poder seguir luchando, ese lugar que carga las baterías del alma para continuar...
El Padre José nos espera antes de entrar al Santuario. A él le pido tantas cosas… Me aferro fuertemente a sus manos y dejo que él interceda para que Dios haga sobre mí, lo que disponga. Ya no tengo miedo.
A.L.